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¿Qué es la Presencia Real?

Lo que vemos en las páginas del Nuevo Testamento, lo vemos en toda época posterior. Los católicos aman la Misa. Es el centro de la vida de la Iglesia. Todo lo bueno de la vida cristiana fluye natural y sobrenaturalmente de la Eucaristía, que es la Presencia Real de Jesús en su Iglesia.

Vemos constantemente esta idea en los escritos de la primera generación de cristianos. Al escribir en los siglos primero y segundo de la era cristiana, muchos de estos hombres habían conocido a los Apóstoles y recibieron la fe directamente de ellos. Y estaban intensamente interesados en la Misa.

Aparte del Nuevo Testamento, el primer documento cristiano que ha sobrevivido es probablemente la Didajé. Los peritos estiman que sus secciones rituales fueron escritas a más tardar en el año 48 d. C. La Didajé incluye plegarias e instrucciones eucarísticas. “En el día del Señor”, dice, “reúnanse en común para partir el pan y para dar gracias; pero primero confiesen sus pecados, para que su sacrificio sea puro”. Y luego: “Que nadie coma ni beba de la Eucaristía de ustedes más que los bautizados en el nombre del Señor”.

Un poco más tarde, en el siglo primero, San Clemente de Roma escribió una larga carta que se enofca ampliamente en los roles litúrgicos del clero y de los laicos. San Ignacio de Antioquía, en el año 107 d. C., escribió siete cartas que abordan repetidamente el tema de la Eucaristía. Él afirma que la Eucaristía es la “carne de Cristo” y la “sangre de Dios”. Negar esto, agrega, es separarse de la Iglesia de Jesucristo. Ignacio habla de la Eucaristía como del sacramento de la unidad en la Iglesia. Y afirma que la Misa sólo puede ser celebrada por un clero válido.

A mediados de los años 100, San Justino Mártir escribió explícitamente acerca de la presencia de Jesús en la Misa. Escribió una descripción completa de la liturgia, la cual está incluida en el Catecismo de la Iglesia Católica como un relato reconocible de la Misa a lo largo de “todos siglos”.

Justino dijo: “Porque no recibimos estas cosas como pan común o como bebida común; sino como Jesucristo nuestro Salvador encarnado por la Palabra de Dios… Se nos ha enseñado que el alimento consagrado por la Palabra de oración… es la carne y la sangre de ese Jesús encarnado”.

Jesús dijo: “Hagan esto en memoria mía” y la Misa es lo que la Iglesia siempre ha hecho. La Iglesia continúa enseñando la doctrina eucarística que se encuentra en el Nuevo Testamento y en los escritos de los primeros cristianos. Desde tiempos de Jesús, esa doctrina se ha mantenido sin cambios, aunque nuestro lenguaje para transmitir esta enseñanza se haya desarrollado.

En cada misa, después de la Plegaria Eucarística, Jesús está totalmente presente en el sacramento. Lo que era mero pan y vino antes de la Misa es ahora el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad del Señor. Todo lo que queda del pan y del vino son las apariencias. Los que toman la Comunión consumen al Señor. Participan de la naturaleza divina (2 Pedro 1, 4). Comparten la vida misma de Dios.

Este año tenemos el especial dolor de no poder recibir a Jesús sacramentalmente. Siempre que esto sucede, nos beneficiamos de hacer una oración de comunión espiritual. Los santos recomiendan esto como una gran fuente de gracia. Ésta es una de esas oraciones que goza de popularidad: “Señor mío, deseo recibirte con la pureza, humildad y devoción con que tu Santísima Madre te recibió, con el espíritu y el fervor de los santos”.