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CÓMO OFRECERLO

Según dice San Ambrosio, en el siglo IV se leía en la misa todo el Libro de Job en voz alta. ¡Todo el libro!, ¡los 42 capítulos! Esa es una lectura larga y en aquellos días no había bancas en las iglesias. ¡Permanecer de pie a lo largo de toda esa lectura era una experiencia de sufrimiento de primera mano!

El Libro de Job es la meditación más larga de la Biblia sobre el sufrimiento humano. Su héroe, Job, lamenta la muerte de los miembros de la familia. Su cuerpo es afligido por un dolor constante. Él soporta el dolor adicional que le viene de sus “amigos” que le dicen que su sufrimiento es, todo él, culpa suya. Y luego el libro concluye en el misterio. En esencia, Dios le dice, “Confía en mí. Yo soy Dios”.

La respuesta para Job llegaría a su tiempo. Como dijo San Juan Pablo II en 1994: “La respuesta completa y definitiva para Job es Cristo… En Cristo, incluso el dolor es llevado al misterio de la caridad infinita, que irradia desde Dios Trino y se convierte en una expresión de amor y en un instrumento de redención, es decir, se convierte en dolor salvífico”.

Dolor salvífico. Dolor salvador. Esta es una idea que se nos hace muy extraña hoy en día. El sufrimiento es algo de lo cual queremos ser salvados. ¿Cómo puede llegar a ser bueno?

Sin embargo, el dolor salvífico es la idea central de esta Semana Santa y de hecho la idea central de todo el Evangelio.

Por poco que hayamos vivido, sabemos que el sufrimiento forma parte de la vida. Si hemos experimentado de cualquier manera el amor, sabemos que el sufrimiento es una parte inevitable de él. Por el amor, permitimos que los dolores de otra persona se vuelvan nuestros, porque quizás podamos aliviarlos, pero no podemos hacer que se vayan.

Jesús asumió todos los dolores de toda la humanidad. Los compartió en su cuerpo. No los eliminó, pero nos mostró cómo superarlos y recorrió con nosotros el sendero del dolor. Nos mostró el camino que hay recorrer A TRAVÉS del dolor para llegar a la gloria.

Él quiso mostrarnos que no hay otro camino a la gloria sino el que pasa a través del amor. Y no puede haber amor, ni vida compartida, sin sufrimiento.

El sufrimiento es redentor. Sea lo que sea lo que tengamos que soportar, podemos ofrecerlo en beneficio de otros, así como Jesús ofreció el dolor de la cruz y todos los otros dolores de los que estamos haciendo memoria durante esta Semana Santa.

Cualquier cosa que padezcamos, podemos “ofrecerla”. “¿Qué significa ofrecer algo?” El Papa Benedicto planteó esa pregunta y propuso una respuesta. Dijo que significa que podemos “insertar” nuestras molestias, grandes y pequeñas, dentro del gran sufrimiento de Jesús, “para que de alguna manera lleguen a formar parte del tesoro de compasión, tan necesario a la raza humana”. Él dijo: “De este modo, incluso los pequeños inconvenientes de la vida cotidiana… adquieren sentido y contribuyen a la economía del bien y del amor humano”.

Por supuesto, no todo sufrimiento es pequeño. Pero practicamos con los pequeños dolores para estar preparados para los grandes, porque son inevitables. Si nos atrevemos a amar a las personas, con el tiempo, tendremos que llorar con ellas o llorar por ellas. Amar, en parte, significa que adquirimos el hábito de sufrir en beneficio de otro: de un amigo, de un cónyuge, de un hijo, de un nieto, de un padre, de un hermano… incluso de un extraño.

La Semana Santa nos pone cara a cara con realidades difíciles, con verdades que preferiríamos evitar o ignorar por completo. Pero si no las aceptamos, no veremos el mundo como realmente es, y perderemos la verdadera alegría de la salvación, que es el amor inimaginablemente profundo que Dios tiene por ustedes y por mí.