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¿Qué es el bautismo?

La mayoría de los estadounidenses, en el fondo, son materialistas. Podrían llegar a comprar el Puente de Brooklyn si se les ofreciera a un buen precio, porque pueden ver el Puente de Brooklyn y cruzarlo. Les parece algo real, incluso si es completamente irreal en términos de una transacción de bienes raíces. Lo que ven es lo que quieren y lo que obtendrán (o eso piensan).

El bautismo es un pequeño ritual, y puede ser visto, así que los estadounidenses lo valoran un poco. Pero su mayor parte es invisible, por lo que tendemos a infravalorarlo enormemente.

No. Más bien, infinitamente

El bautismo es más que una ceremonia. Es más que un rito de iniciación. El Nuevo Testamento lo llama una “iluminación” (Hebreos 10, 32; Efesios 5, 8) y un “baño de regeneración” (Tito 3, 5). Y esas metáforas parecen maravillosas, pero aun así se quedan cortas.

Jesús dice que el bautismo es un nuevo nacimiento (Juan 3, 5-7); y eso, por supuesto, parece mucho más cercano a lo que es.

San Pablo habla del bautismo como si fuera un nuevo comienzo de todo el universo: una “nueva creación” (2 Corintios 5,17; Gálatas 6,15).

Y es ALGO GRANDE.

El bautismo capacita a las personas para vivir en Jesús (Colosenses 2, 6,10), y le permite a él vivir en ellas (Colosenses 1, 27). Y eso significa que una persona recién bautizada ha “pasado a participar de la naturaleza divina” (2 Pedro 1, 4).

Créanme: participar de la naturaleza de Dios es la mayor promoción que a cualquiera de nosotros se pueda llegar a ofrecer.

Los primeros cristianos se atrevieron a llamar a este proceso “divinización” y “deificación””. En el bautismo “nos revestimos de Cristo” (Gálatas 3, 27). Ya no somos nosotros quienes vivimos, sino Cristo quien vive en nosotros (Gálatas 2,20; Romanos 6, 1-14).

El Nuevo Testamento es enfáticamente claro con respecto a este punto: el bautismo produce el mayor cambio imaginable. Si pudiéramos transformar papel de aluminio en oro, nos haríamos ricos, pero eso no sería nada en comparación con la transformación que tiene lugar en la pila bautismal. En el bautismo, Dios toma a un pequeño ser humano y hace que ese bebé sea semejante a Dios.

El bautismo es un signo externo de algo invisible. El signo, en sí, es hermoso; pero lo que significa es infinitamente más grande. El bautismo es un símbolo, pero no es tan sólo eso. A menos que nos demos cuenta de ello, estamos subestimando el bautismo.

En el momento de nuestra concepción, Dios nos creó a su propia imagen y semejanza (Génesis 1, 26-27). Pero, en el momento de nuestro bautismo, Dios nos hace aún más parecidos a él.

Este es el poder que tiene la Pascua y que en la Iglesia antigua era la época en la que se hacían los bautismos.

¿Cómo podemos tan sólo empezar a celebrar todo lo que hemos recibido?

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