En lo que escribo esta columna, los incendios forestales están devastando las regiones montañosas y las faldas de las colinas de las afueras de Los Ángeles, al mismo tiempo que otros incendios están también ardiendo en otras partes de California y en otros estados del oeste.
He estado orando por las familias que han sido desplazadas, por aquellos que han perdido la vida, por los que han quedado heridos y por aquellos que han perdido sus hogares y sus medios de vida, al igual que por los trabajadores de emergencia y por todos los que corren peligro.
Además, estoy orando por los dos ayudantes del alguacil que el sábado por la noche fueron víctimas de un tiroteo cruel y sin sentido, en Compton. Ese ataque es un trágico recordatorio de la violencia y de la inestabilidad social que se ha apoderado de nuestras ciudades este verano y de la necesidad que tenemos de unirnos como sociedad para abordar los problemas de la injusticia racial en nuestras comunidades.
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