arrow-left-s arrow-left arrow-right-s arrow-right arrowhead-downarrowhead-upchurch couple facebook instagram logo-icon payment searchtwitter white-chevron-upyoutube

ES ALGO EXTRAÑO, PERO VERDADERO

Esta semana tenemos que encontrar nuestro lugar en esa última semana de la vida de Jesús. Nosotros estamos presentes allí, independientemente de que elijamos o no reconocer ese hecho.

La Semana Santa es la que marca el cierre de la Cuaresma, de nuestro ayuno anual. Pero es una fiesta para nuestros sentidos. Los rituales son diferentes. La música es la característica de esta época. Hay mucho qué ver, qué escuchar y hasta qué tocar.

Es como encontrarnos de repente en un país extraño con costumbres inusuales.

El domingo, a la puerta de la iglesia nos entregan ramas de palma. Eso sucede solamente una vez al año.

La Misa comienza de una manera única. Da inicio con una lectura del Evangelio en lugar de con los ritos habituales.

Y cuando llegamos a la parte en la que habitualmente se lee el Evangelio, nos encontramos con que esta vez no somos sólo oyentes. Tenemos un papel qué desempeñar. Hay frases que tenemos que leer en voz alta.

El Domingo de Ramos altera nuestra rutina, nos disloca. Nos encuentra en el cómodo lugar que ocupamos como espectadores y nos arrastra a la acción. De repente, ya no son sólo algunas personas de hace mucho tiempo las que acogen a Jesús y agitan las palmas. Somos ustedes y yo.

De repente, no son tan sólo personajes históricos los que exigen que Jesús sea ejecutado. Somos ustedes y yo.

El Domingo de Ramos arranca el velo que forjamos para protegernos de la realidad.

El Domingo de Ramos nos hace enfrentarnos con el hecho de que no somos sólo observadores de la vida de Jesús. De que no somos sólo oyentes del Evangelio. Nos recuerda que en cualquier momento, nosotros también acogemos a Jesús o pedimos a gritos que se le elimine.

Podemos multiplicar los ejemplos sobre esto. Cuando nos negamos a escuchar chismes, estamos acogiendo a Jesús. Si elegimos, en cambio, escuchar los chismes, somos cómplices de su muerte, de igual modo en que somos cómplices de la destrucción de la reputación de nuestro prójimo.

Cuando pasamos tiempo con nuestras familias, dejando de lado nuestros propios intereses o preferencias, entonces estamos acogiendo a Jesús. Si, en lugar de ello, nos sumergimos en nuestros caprichos egoístas, estamos robándole tiempo a nuestras familias.

El mensaje del Domingo de Ramos es que siempre nos estamos enfrentando con la elección y que somos perfectamente capaces de elegir mal.

La Biblia nos dice que el sacrificio de Jesús ocurrió “de una vez por todas”, pero eso no significa que haya sido hecho una sola vez y para siempre. A través de los ritos de la Iglesia, nosotros participamos de manera real en esos antiguos acontecimientos. Cuando los judíos de la época de Jesús celebraban la Pascua, siempre la observaban como algo que ocurría en el presente. Los rabinos enseñaban que “en toda generación, cada hombre debe considerar como si él mismo hubiera salido de Egipto”.

Esta semana tenemos que encontrar nuestro lugar en esa última semana de la vida de Jesús. Nosotros estamos presentes allí, independientemente de que elijamos o no reconocer ese hecho.

Ahora nos enfrentamos con un desafío, porque estamos en cuarentena. No podemos sostener las ramas de palma. No podemos estar de pie en medio de una multitud y esperar las partes en que nos toca responder durante el largo drama de la Pasión de Jesús.

Pero podemos adaptarnos a la situación, tal y como lo han hecho nuestros antepasados en tiempos de dificultades aun mayores y al hacerlo así podemos hacerlo, incluso, mejor. Esa es la gracia particular de esta Semana Santa en este año tan extraordinario.